Este es un diario de viaje que se fue escribiendo durante los 33 días que duró mi experiencia mundialista, que recoge la historia de Rusia, la vida en sí y la noticia de la Copa del Mundo


Día 3: Moscú

Cinco días antes de salir para Rusia sentí que me rompí el pie. Intentado jugar al fútbol, me lo doble y tuve que salir de la cancha dos minutos después de haber comenzado el partido. Tuve miedo al ir a urgencias y que me digan: “Está roto, lo tenemos que inmovilizar”, y perderme el mundial. Por suerte, no fue así. Solo esguince y la sonrisa se me volvió a dibujar.

Pero ahora, aquel vacío por ver un panorama negativo, vuelve a mí estómago. Se acentúa al estar a unos cuantos minutos de comenzar el partido frente a Islandia, un país que se “negó a aceptar como destino la obediencia del débil con el fuerte”. Un pueblo que le ganó al equipo más tramposo y comprador que existe en lo largo y ancho del planeta, conformado por ladrones de guante blanco que crean la ley para su conveniencia.

El partido se disputó en el 2011 y cada vez que lo recuerdo, me da miedo. Porque con ese rival nosotros acabamos de perder por una diferencia de 50.000 millones de goles. Sí, estamos hablando de esa selección llamada Fondo Monetario Internacional. Ellos pudieron, y nosotros no.

El pueblo de Islandia ganó dos plebiscitos, y se negó a pagar la deuda, donde el FMI quería que cada ciudadano pagué 12.000 euros para saldarla. Qué diferente son las realidades. Uno grita y los representantes del pueblo los escuchan. Del otro lado, uno grita y los representantes te tildan de mentirosos y los medios los apoyan. Dos caras del poder de turno, uno fuerte y otro obediente y dócil que espero que no se vea representado en el verde césped. Si no, aparte de habernos endeudado, vamos a arrancar con tres puntos menos.