Crónica del show de Avishai Cohen en la edición 50 del Festival de Jazz de Barcelona, en donde una extraña mujer hizo vibrar toda la Sala Barts el jueves pasado
¿Quién era yo para romper su derecho a gozar? ¿Quién me creía? La curiosidad intentaba ganar, pero la lógica se antepuso. No podía ser así, ¿cómo iba a romper esa magia? ¿Cómo iba a cortar esa conexión entre la música y ellas? ¿Cómo me iba a atrever a tanto? ¿Alguien pudiera? Tal vez sí, un fill de puta.
La Sala Barts en el centro de Barcelona no solo tuvo anoche a Avishai Cohen tocando arriba del escenario, sino que contó con la magia de su público. En especial, uno que me dejó -en términos catalanes- flipando. Poco sé, pero mucho entendí. Observé que hubo una persona que no logró ver el recital, aunque sí vivió. Su sangre se movió más que cualquier otro día y sus articulaciones sobrepasaron el test de cualquier profesional de guardapolvo blanco.
A las 20:08 el bajo comenzó a sonar y dio inicio al espectáculo llamado Let´s Dance. Diez minutos antes, una señora con pelo colorado y ojos azules iluminaron el recinto con su entrada. Venia acompañada de otra mujer que tenía diez años menos. Ambas se quedaron en la mitad de la sala, mientras la más joven le hacía una descripción del lugar y determinaban a dónde se iban a acomodar. Por su parte, la más grande, sujetaba su cartera con una mano y con la otra sostenía un palo largo y blanco, mientras su sonrisa se mantenía dibujada. Pero tan solo dos minutos después, y ocho antes de que arranque el show, se fueron.
Las posibilidades de que dejen el teatro eran muy pocas. Mi teoría se basó en que habían subido al segundo o tercer piso de la sala, para poder sentarse, ya que donde estábamos era pista. Solo parados. Así que las empece a buscar desde el suelo, puesto en una mala posición, pero cumpliendo la función de francotirador. Buscando silla por silla desde mi lugar, pero no concluyó con éxito, como tampoco mi teoría inicial. Resulte siendo tan mal francotirador, cómo defensor.
Por mi espalda y con dirección al escenario, me pasaron a alta velocidad estas dos mujeres. Ahora, la señora no tenia el bastón y fueron con determinación a su sitio: contra la pared, a un costado del escenario, detrás de unas molestas columnas, en donde no había gente. Y claro, después entendí.
En ese momento entró el presentador y las luces se apagaron. Con los párpados entre cerrados traté de divisarlas en la oscuridad, pero la música empezó a sonar y se me hizo aún más difícil. El recital ya casi no me importa. Sigo en lo mío aunque debo reconocer que por un momento me sentí obsesionado. Y no era por su disminución visual ni porque me pareciera algo raro, sino que fue por su sonrisa.
Entre mi mirada a lo Sherlock Holmes y el sonido del bajo solitario, a punto de ser acompañado, me encontraba en una columna buscando una mujer de cincuenta años, con unos ojos luminosos, una sonrisa impactante y ciega. Creo que es difícil de poner en palabras esa curiosidad por ver qué haría o por qué se encontraba tan feliz, o qué era lo que irradiaba para robar así mi atención de una forma tar rápida e invasiva.
De un momento a otro, el resto de los instrumentos se sumaron y de forma repentina se prendieron las luces. Me asusté. No estaba listo para que arranque el show. O sí. Yo para ese momento seguía a mi objetivo, que se empezó a mover. El recinto se iluminó con varias luces que se cambiaban al compás de la música, mientras la voz de Avishai Cohen transformaba a esa mujer y a su amiga, en un solo movimiento.
De aquí a allá. Movimientos lentos, suaves al compás de la música. Sus cuerpos estaban comunicados, pero no emitían palabras. Solo iban de un lado al otro, coordinadas. Movían desde los pies, hasta la cabeza, de una forma bella. Atractiva. Mi escenario pasó a estar ahí, en ese lugar entre una columna y la pared, en el medio de la oscuridad.
Terminó la primera canción, la luz se apagó y los aplausos hicieron lo suyo. Las perdí. No las podía ver, ya que el rincón en donde estaban era oscuro. Dudé en acercarme porque no quería incomodar, no quería romper eso que estaban haciendo. Espere. La música empezó a sonar de nuevo, detrás de eso la luz se prendieron y ahí estaban bailando de nuevo.
El ritmo de la música cambió y su tipo de baile también. Ahora se pusieron enfrentadas y se seguían en los movimiento. Parecía un espejo, en donde una de las dos sonrisas brillaba más que la otra, pero sus partes se movían al mismo tiempo. Creí que la música les estaba ordenando qué hacer, pero ahí también estuve errado.
Terminó el segundo tema y ellas seguían bailando cuando la luz se apagó. Al comenzar el tercero, el recinto se ilumino y ellas seguían bailando. No sé si alguna vez pararon o si respiraban entre cada canción, ya que en ningún momento, desde las 20:08, las ví paradas. Siempre estuvieron en movimiento, y a la señora de cabello colorado nunca se le desdibujó la sonrisa.
Al cuarto tema, me les acerqué. Las veía. Me pasaban cosas, tenía dudas y mucha curiosidad. Algo tenían, o algo yo tenía en especial con ella. En especial con una de las dos. No era una pulsión sexual, sino que quería saber su historia, ¿cómo llegó ahí? ¿Por qué era tan feliz? ¿Qué recuerdo le traía ese recital? Y muchos otros por qué.
De ahí en adelante las observaba, mientras construía la pregunta para romper el hielo. En realidad, esa pregunta no la tenía muy clara, pero lo que esperaba era que descanse. Que frenen para poder intervenirlas, pero no pude. Nunca pararon. Bailaron toda la noche conectadas, sin hacer un espacio, ni un aire. No lo logré, y esta foto es la que marcó el final trágico de mi noche:
La lógica me marcaba que ella estaban siendo obligadas. Sentí que la música le decía para donde tenían que ir, cuándo debían levantar el brazo y cómo bajarlo para luego hacer un inexplicable movimiento con la cadera. Era como si la garganta de Avishai Cohen les marqué para donde tenían que ir y oficiara de su coach.
Pero, ahora que recapacito eso no pasó. Ahora que vuelvo a mirar esa foto que aparece arriba del párrafo anterior, entiendo todo. Ahora me cayó la ficha.
El show terminó y los músicos se acercaron a saludar a la parte delantera del escenario. El dúo ladrón, que robó mi atención toda la noche, se pararon por primera vez desde las 20:08 y aplaudieron. En ese momento me iba a acercar, pero antes preferí tomarme un segundo para sacar la foto de la despedida. La hice rápido, para que no se me fueran, pero -como ya lo he aclarado- soy mal francotirador y peor defensor.
El disparo de la cámara fue malo. Faltó luz, enfoque, calidad y muchas otras características, pero detrás de ese gatillo estuvo mi desolación. En un segundo entre que confirmé que el dúo ladrón había parado de bailar y saqué mi celular, desaparecieron. No logré verlas para donde, ni cuando. Al apretar el botón para que esa imagen quede en mi pantalla, ya no estaban.
Fui al rincón por si había visto mal e intente reconstruir sus pasos a la salida, pero nada. No las veía. Me apuré y salí antes que todos haber si las encontraba en la puerta de la calle. Me apoye de nuevo en una columna del lado de afuera a esperar. La gente estaba saliendo, algunos con discos comprados, otros solo con el cronograma del festival, pero ninguna con esa sonrisa. Nadie con esa sonrisa salió por esa puerta. Ni ella, ni su amiga. Ninguna.
Ahora que vuelvo a ver la foto entendí que la música no la estaba dando la órden. Que Avishai Cohen no estaba siendo el coach de esas dos amigas, sino que al revés. Ese dúo, que yo creía que eran unas ladronas, eran el espectáculo. Eran las creadoras. Ellas estaban haciendo que todo el show se llevara a cabo, ya que su cuerpo en movimiento era lo que hacía sonar la música y daba las ordenes a los instrumentos. Cada golpe de su brazo, era una grave del piano electrónico. Cada movimiento de cadera, era un agudo en el bajo. Cada abrazo entre ambas, era una conexión entre la voz de Cohen y de su vocalista.
Desde una pared, ubicado tan cerca del escenario pero a la vez tan oscuro, fue el lugar para dar inicio al movimiento en la Sala Barts, en donde fui testigo de la gran mentira. Por eso es que cuando el show terminó, ellas desaparecieron. Ya habían hecho su trabajo, haciendo bailar y emocionar a todo el público. De un segundo para otro.
Lamento que lleguen hasta aca habiendo recorriendo mi experiencia dentro del show Let´s Dance, en el marco del Festival de Jazz de Barcelona, teniendo más dudas que certeza. Me da lastima que, si alguien que fue lee esto, se de cuenta que fue todo una gran mentira. Como me paso a mí.
Ahora, me preguntó qué fue peor. Si la foto que saqué, que resume lo mal defensor y francotirador que soy, o la traición de un espectáculo que hizo vibrar al recinto. Creo tener la respuesta, pero la verdad lo único que me importó y me sigue importando, no es el fraude ni la foto. Sino que sigo sin saber: ¿por qué sonreía así esa señora ladrona?