Posiblemente la madrugada del 4 de julio del 2016 fue la que más rápido corrí en mi vida. Lo hice por acto reflejo, por sobrevivir. Y fue una corrida un tanto épica: 2 de la mañana, bajo la lluvia. La explicación es un poco confusa, pero quienes me intentaban linchar eran periodistas y trabajadores de prensa de Tiempo Argentino, quienes creían que trabajaba para el Servicio de Inteligencia. “Si volvés, sos boleta”, me gritaban mientras me alejaba lo más rápido que podía de Amenabar 23. Pero a seis años de la noche más oscura, parece que le dimos la vuelta al tiempo: volví varias veces, celebré sus aniversarios y este domingo publiqué mi primera nota en el diario papel. 

El periodista Alejandro Wall había sido mi salvoconducto. En aquel entonces, él no sabía de mi existencia, pero yo grité su nombre con fuerza. Yo estaba en la vereda de enfrente de la redacción. En la oscuridad, solo y en medio de la lluvia, debajo de un andamio. Cruzando la calle, estaban los periodistas haciendo una votación en la puerta de la redacción a ver si entraban a la fuerza o se quedaban a esperar. Había varios policías que tapaban el ingreso, pero perdían en cantidad contra los trabajadores de prensa. Uno se separa del grupo antes de finalizar la votación y me señala. Habla con dos o tres más, y vienen directo a mí. “¿Qué hacés filmando? ¿Quién carajo sos?”, dijo uno y me tiró su bronca con una trompada que no llegó a pegarme. Intentó manotearme el celular y no pudo. Levanté la vista. Rastreé con la mirada y solo lo ví a él, a Ale Wall. Y, parece gracioso, pero me dirigí hacía el volcán gritando el nombre de una persona que no me conocía, en medio de una situación tensa y confusa, buscando calma. Estábamos todos desorientados.

Para entender cómo llegué ahí y cómo zafé de una golpiza masiva, hay que ir a la noche del 3 de julio. Aunque la memoria no es mi fuerte, debo decir algo: jamás trabajé para los Servicios de Inteligencia. Parece graciosa la aclaración, pero alguien se imaginó que podría serlo. Lo que también sé es que era domingo a la noche y que debía arrancar una semana igual que las demás. Cursaba mi segundo año en Tea y Deportea y mi objetivo era ser un periodista deportivo, cubrir un mundial y demás eventos del oficio, pero jamás iba a imaginar que sería testigo del mayor ataque a la libertad de prensa. “Un grupo de tareas de madrugada destruye un diario con el guiño de la Policía y sin un medio que lo cubra. 2016. Nada que temer”, había tuiteado Ariel Cristófalo el 4 de julio del 2016. Lo seguía a él porque me mantenía informado sobre lo que pasaba en el mundo River. Dijo que estaban rompiendo todo en la redacción, que todos los que pudieran ir que lo hagan. Eran minutos después de las 00:15. Primero fue duda, pero luego me puse a chequear y Wall también publica: “Nos sacaron con una patota de la redacción de @tiempoarg .Amenabar 23. Todo el que pueda venga. Organismos ddhh, dirigentes, partido; y la misma cuenta del diario Tiempo Argentino pone: “URGENTE: un grupo de alrededor de 20 patovicas irrumpió en el edificio de Tiempo Argentino, golpeando y echando a los trabajadores”.

Ahí me enteré que 20 patovicas estaban ya dentro de la redacción rompiendo computadores, cuadros, ventanas y todo lo que se cruzaban, mientras yo estaba en mi cama tratando de conciliar un sueño que nunca llegaría. Salté de la cama y fui: estaba a 20 minutos. Primero corrí, aunque media cuadra antes de llegar opté por la caminata para recuperar el aire. Llegué minutos después de la 1 am. Llovía en la Ciudad de Buenos Aires. No sabía muy bien qué hacer, había ido solo, hacía frío e intenté estar cerca para ver lo que pasaba. Me sobraba vergüenza y me faltaba coraje para sumarme al debate sobre qué hacer. El objetivo era uno: defender la libertad de prensa. Tal vez fue esa duda la que me puso de la vereda de enfrente. Es que había encontrado un andamio que me cubría de la lluvia. Ahí esperé. Solo nos separaba una calle de adoquines. Actualizaba Twitter para ver si había novedades, mientras más periodistas y colegas llegaban. Nadie podía entrar y nadie podía salir por esa puerta. 

La lluvia no bajaba la tensión. Estaba empapado y aquel grupo de trabajadores ya comenzaba a alborotarse. No podían llegar al quórum para entrar a la redacción y recuperarla, pero se escuchaban gritos, puteadas y golpes a la estructura. Además, no se veía nada dentro de la redacción: estaban las ventanas cubiertas de papel. Se escuchaba algún que otro vidrio roto. Yo seguía esperando, viendo qué pasaba. Se hicieron las 2 de la mañana y se veía cierto malestar. Nadie sabía qué hacer. Yo subí una foto que con este texto: “Los trabajadores afuera. La policía no actúa y un par de monos rompen todo  @tiempoarg”.

Según Twitter eran las 2:34 de la mañana cuando se subió el post. Minutos después, todo se desvirtuó. No habrán pasado ni 5 minutos para que un trabajador de prensa -hoy es editor web de Tiempo Argentino- salió de su lugar y vino. Intento golpearme, zafé y corrí a Ale Wall, que no entendía nada. Pidió calma. Toda la votación me rodeó. Yo gritaba que era una estudiante de periodismo, que estaba ahí para acompañar. Me pedían que les muestre el celular. Supe, en ese instante, que si se lo daba, era la inminente destrucción de mí teléfono. ¿Por qué? Porque querían tener algo de justicia. Es que para algunos enceguecidos yo era la cara de los patovicas. Para otros, directamente no existía. Solo pedía que me dejaran ir sin golpes y con el teléfono sano, lo cual para el Alvaro de ese momento era como cumplir un milagro. Ale me habrá visto tan desesperado que pidió que me dejaran ir, pero no todos escucharon. Se abrió una parte del grupo que me rodeaba. Salí del grupo corriendo para cualquier dirección y tres o cuatro personas me siguieron al menos dos cuadras y me gritaban: “Si volvés, sos boleta”. Y lo peor de todo es que un par de horas después tuve que volver, pero con más temor del que me había ido. 

***

Lunes 7:30 de la mañana. No había podido pegar un ojo en toda la noche. Me caí de la cama, tenso. Me cambié y me dirigí a Lavalle 2083. Segundo piso. Tenía taller. El profesor Alberto Ferrari arranca la clase contando de lo que se había enterado sobre la patota en Tiempo Argentino. Bajé la cabeza y solo repasé en mi retino lo que había vivido. A la tensión que tenía el cuerpo, volvió el temor de la corrida. Es que el cuerpo tiene memoria del dolor. El bloqueo llegó cuando Ferrari dijo: “Sarrabayrouse, Gónzalez y Nanton van a ir a Tiempo a hacer notas sobre lo que pasó”. Chan. “Si volvés sos boleta”, empecé a repetir aquella frase en mi cabeza. “No puedo ir”, le deslicé a una compañera, mientras la lluvia de la noche anterior llegaba a mis ojos. 

Hubo una reunión entre los que íbamos a ir. Conté que estuve y fuimos a hablar con Ferrari. “No puedo ir. Anoche casi me gana a palos, ni en pedo entro”, me sinceré. Después, fuimos a hablar con directivos de Tea y describí al principal agresor: petiso, con barba, pelo largo. “Es este”, me mostraron una foto. Era. Yo seguía tenso, aunque del otro lado hubo una carcajada. “No puede entender cómo te quiso pegar, si es más bueno que el pan”, dijo. Todo seguía siendo una confusión. “Pará que lo llamo y le digo que no sea boludo, que vos sos alumno de acá y que vas a hacer una nota”, intentó tranquilizarme el directivo. Solo atiné a fingir seguridad: “Ah, genial. Entonces voy tranqui”. 

Subte D hasta la Estación Ministro Carranza. Puente y caminar un par de minutos. Entramos y fuimos a entrevistar a Javier Borrelli, quien luego sería el presidente de la Cooperativa y contó los primeros detalles y datos de lo que había sido la noche anterior: patota, vaciamiento, violencia, censura. Conferencia de prensa, asamblea, debate y cooperativa. Los trabajadores se quedaron con el medio y de la resistencia a la existencia fundaron la Cooperativa de Trabajo Por Más Tiempo. Comenzaron a editar su propio diario. A fin de año, hicieron un evento para recaudar dinero. La calle que había cruzado a los gritos pidiendo piedad se había convertido en una fiesta. Los andamios en donde me cubrí de la lluvia ya era un edificio en pie y volví a ver aquel petiso de pelo largo que intentó lincharme. Congelamos aquel reencuentro con una foto. A pesar de que no lo volví a ver, recuerdo perfectamente su nombre, su cara y su molestia cada vez que recordamos el momento en que me confundió con una agente del Servicio de Inteligencia. 

A seis años de una de las noches más oscuras, se publicó mi primera nota en Tiempo Argentino. Es la cooperativa que vi nacer y por la que tuve que salir corriendo para hoy estar escribiendo. Lamento si llegaron hasta acá creyendo que esta iba a hacer una crónica de héroes y de épica, es solo una historia de resistencia. Es darle la vuelta al tiempo. ¿Qué tiempo? Tiempo Argentino. 

La historia resumida en un hilo