Primera crónica del viaje a los Balcanes entre el alcohol, el vuelo, un nuevo amigo y una memoria negada a ser olvidada. El orgullo de ser argentino.


Sofía, Bulgaria.El viaje arrancó tenso. Me lamentaba por no pagar el equipaje de mano que tanto las publicidades por la web me habían insistido. Estaba ahí, entre dos personas que le hicieron pagar 20 euros por llevar una valija más, usando la técnica de mi amigo Gonzalo que consiste en esconder la mochila debajo de una campera y agárrala de tal forma que solo parezca que tenías el abrigo y no el cartel de: no te quiero pagar los 20 euros.
En toda esa tensión, entre el orgullo y la economía de guerra, apareció. Borracho, con una lata tratando de embarcar y sin poder encontrar su pasaporte. Toda la sala se le quedó mirando y él no se inmutó. No le importó.
Pensé: “Este tipo es un crack, debería haber hecho lo mismo que él porque si estuviera ebrio disimularía mejor la mochila o si me agarran dolería menos”. (Debería hablar con Gonzalo para hacerle llegar esta estrategia superadora).
Pero la historia no termina ahí sino que fue el comienzo, que finalizó con un cálido abrazo y con su tarjeta personal.

Catorce

El asiento que me tocó- de forma aleatoria- fue el 14: mi número. No sé si por la representación de lo social o por ser parte de la identidad de River Plate, equipo con el que me identidico. El avión ya estaba lleno, entré con éxito (o sea con la mochila y sin garpar un sope) y me encontré que los tres asientos de mi fila estaban vacíos. Algo estaba saliendo muy bien. Me acomodé, mochilas abajo, zapatillas afuera y lo veo venir por el pasillo. Tambaleando de un lado al otro, mirada perdida, sonrisa contagiosa y agarraba de los asientos como si se estarían moviendo. Venía para el 14, no tenía dudas. Y, ¿saben qué? Sí, tenía el 14 A.
Saludó con la sonrisa dibujada y con un castellano rasposo. Tenía ganas de hablar y yo de dormir. Ganó por insistencia y arrancó: “¿Vacaciones o trabajo?”. Lo que yo no sabía era que las tres horas de vuelo se pasarían tan rápido y que la piel se me pondría de gallina durante mitad de la conversación con un búlgaro.

Trabajar la memoria

Creo que me emborrachó. Al minuto número 5 de la conversación ya sentía ganas de tomarme una cerveza y los sentidos iban cada vez más lentos. Su aroma o tal vez su energía hizo que me mimetice con él. Repasamos trabajo, dijo que laburaba en el sector de la construcción. Yo le respondí de la misma forma: “También, en una empresa”, por temor al bobo elogio que tienen del título de “periodista”.
Frase a frase y pregunta a pregunta, la charla comenzaba a tomar un buen rumbo. Primero cosas generales: viajes, lugares, comidas. Luego particulares: “Tene cuidado con las taxis en Sofia, que si no te tomas los correctos te van a cobrar el triple de lo que vale”. Y por último, entre el contexto bélico y étnico de los Balcanes, salió su pregunta: “No viene bien la Argentina, ¿no?”. Y ahí los cables se cruzan: cómo mierda le explicó a un búlgaro, que sabe muy poco de castellano, el conflicto económico político sin meter al FMI, sin nombrar al peronismo y sin mencionar a Néstor y a Cristina.
Aún no sé cómo lo conseguí y me entiendió. Y lo confirmó al repreguntarme: “ ¿Yo no entiendo cómo teniendo tanto siempre caen en crisis?”. No me dio tiempo de pensar e hizo hincapié: “Encima ustedes no tuvieron ninguna guerra”. Ambos pensamos y nos miramos. “ No tuvismo guerra, salvo Malvinas, pero sí dictaduras”, le respondí.
Sobresaltado quiere decir una palabra y no le sale. La busca, la intenta decir, pero no. Atino decir algo y me calla, tenía algo importante: “Sí, ahí fue el caso de la nona”, dijo entre la emoción y aquella sonrisa sincera con ojos brillosos que el alcohol había generado. “Sí, las nonas”, confirmó.
Seguí generando hipótesis sobre qué me quería decir. Él intentaba explicar: “Sí, había unas nonas que luchaban por sus…” no puede terminar la frase. Parece que faltó a la clase de castellano de los nombres de las familia. Yo creía haber entendido, pero no me quería emocionar. Un frío pasó por dentro y como acto reflejo le pregunté: ¿Estás queriendo decir nietos?
Su sonrisa se agiganto y retoma la frase: “Sí, había unas nonas que luchaban por sus nietas, que los militares se los habían robado”. El frío congelo la sangre y al primer golpe de calor mi piel se lleno de pelotitas. Sin palabras me dejó y él continuó: “A parte los bebés que nacían se lo quedaba la policía…”
Nunca imaginé que un búlgaro , que desfiló bailando por el pasillo del avión, estuviera al tanto de una lucha y de una historia tan nuestra, como ejemplificadora. Las locas de la Plaza de Mayo son una fortaleza de salud mental, -como escribió Galeano- que marcaron un camino tan digno que contaminó a todo el mundo.
Y así, con esta pastilla en contra del Alzheimer, nos recibió Bulgaria. Con la primera persona que despedí sabiendo que nunca en mi vida la iba a volver a ver, con un abrazo cálido y distante de una persona que acostumbra a estrechar la mano, en medio de la simpleza del aeropuerto de Sofia. Los pajaritos, que se apropian la monotonía del aeropuerto y le dan arte y vida, me avisan que es el momento de abandonar estas líneas e ir a desayunarme Sofia, con la decisión de aquel borracho que me hizo sentir orgulloso de la bandera que llevamos.