Las acciones diplomáticas no habían alcanzado para resolver el problema. Estuve encerrado en un sótano hasta las 3 de la mañana. No tenía respuesta. Así es la historia completa del mundial paralelo que viví en Qatar 2022.
Lunes 5/12 – Me demoraron en Qatar
Llevó 17 días en Doha. El cuerpo se dio cuenta de eso por el desgaste físico, los largos transportes y la mala alimentación, y exigía un descanso. Lo que no tenía en cuenta era que el 4 de diciembre, que había planeado bajar las revoluciones, terminaría en una comisaría artificial en el sótano del estadio más lejano de Qatar a las 3 de la mañana. Ahí estaba, entre gritos árabes, con mucha comida, comunicado, pero sin poder salir de ahí y con el drone retenido. En esa situación que la viví al límite, encontré las distintas facetas de los cataríes.
Arranquemos por el inicio, cuando me vieron como un terrorista. Había llegado dos horas antes del inicio del partido al Al Bayt para ver Inglaterra contra Senegal. El estadio queda a 52 minutos en auto desde el Barwa y a casi 3 horas y media en transporte público. Casi que te tenés que cruzar el país para llegar. Ya lo conocía, ya que ahí vi el partido inaugural y tomé ciertas precauciones para no llegar tarde.
20:10 me bajé del colectivo y caminé por fuera del estadio. Tenía el drone en la mochila y tenía ganas de volarlo, ya que el estadio es impactante. Tiene forma de una carpa gigante y sería una réplica a gran escala de las tiendas tradicionales en las que vivían antiguamente los pueblos nómades de la región del Golfo. Dentro, tiene habitaciones para quedarte, una capacidad para 68 mil personas y es el segundo estadio con mayor capacidad (detrás del Lusail con 80 mil).
20:20 Encontré el lugar para despegar el drone. La realidad es que volar el drone en ciertos lugares es incómodo, porque no pasa desapercibido. Hay dos tipos de miradas, la primera como si fuera una terrorista que voy a hacer explotar algo y luego la mirada curiosa, la que quieren ver cómo funciona. En ambos casos, es cierto molesto porque no podés volar tranquilo y estar al 100 por ciento concentrado.
Detrás de uno de los puentes que cruza la autopista, encontré el lugar ideal: fuera de las miradas ajenas y sin ningún árbol o edificio que pueda interferir o complicar mi vuelo. Creía (hasta ese momento) que con los permisos que me daba la FIFA para poder registrar videos de la ciudad estaba habilitado. Es más, lo volé dos veces en el Lusail y otra en los edificios de Wets Bay y jamás tuve problema. Hasta ayer.
20:30 Despegué el DJi Mini 3 Pro, que tenía pocos kilómetros de vuelo. Escuchaba a lo lejos un helicóptero que estaba sobrevolando el estadio, pero ya estaba a 400 o 500 metros del Al Bayt, fuera del perímetro de seguridad. Nada de qué preocuparse. Volé tranquilo, tomé fotos y algún video (que cuando me vaya de Catar si los sigo teniendo los publicaré).Habrán sido 4 minutos de vuelo y regreso. Aterrizo y pienso: “Qué bien, qué buenas fotitos”. Me termino de decir esa frase y dos milicos aparecen corriendo, transpirados y me dicen que me quede quieto. Que no me mueva. ¿Saben qué hice yo? Me reí y obvio que me quedé quieto. Pero no porque haya entendido lo que me dijeron, me quedé congelado del miedo. Me asusté. En segundos, los tres nos dimos cuenta de que ellos buscaban a una terrorista y encontraron a un gil que quería sacar una linda foto del estadio más épico de Catar. La historia de mi vida, ja.
Me hicieron guarda el drone y acompañarlos. Caminamos unos 800 metros hasta donde habían dejado el carrito de golf. Me subieron y arrancamos viaje, cruzamos todo el estadio. Pasamos dos controles de seguridad y nos metimos por debajo del estadio.

20:50 Llegamos a la comisaría. Me hicieron sentarme frente a otros tres milicos. Intercambiaron un par de gritos en árabe, y el que me “atrapó” se fue. “What pass?”, fue la primera pregunta que me dijo el policía de Catar que estaba sentado frente a mí. Con su tez morena, con sus ojeras que le daban profundidad a los ojos, con su barba afeitada a la perfección, su labios carnosos, sus dientes recién blanqueados y sus pestañas arqueadas. Me intimidó. Los otros dos que estaban sentados a su lado, miraban. En el fondo de la habitación había más de 10 seguridad descansando, entre chistes y algún sanguche. ¿Yo? Tenso, buscando la tranquilidad y con la certeza de que estaría todo bien. Busqué los mejores términos en inglés, en los que pedía disculpas por la situación, que no sabía la por qué no podía volvar el drone. Antes de cualquier respuesta, me pidieron la mochila y la revisaron por completo. El tema fue la yerba que la tenía en una bolsa estilo ziploc, pero fue la llave para destrabar todo.
Uno de los milicos que estaba sentado al lado del Jefe, la encontró. La levantó en alto y se sorprendió. Pero el jefe con toda naturalidad me miró y me preguntó: sos argentino, ¿no? “Claro, amigo”, le respondí. Ahí cambió todo. Real. Dejaron su papel de duro y nos pusimos a hablar de Messi y de Maradona. Es más, a los otros dos con cara de aburrido les expliqué cómo se prepara el mate. Me pidieron que le mostrara las imágenes del drone, chequearon que no se vea la cara de ninguna persona y el jefe me dijo: “Hago una llamada y ya te podés ir a ver el partido”. Pero nada de eso pasó.
21:20 Pasaban los minutos. Se abrió la puerta y de golpe, toda la oficina se puso de pie de un salto. Repetí el movimiento y giré mi mirada hacia la puerta. Llega un oficial, excedido de peso, pelado y con cara de malo. Me mira y me hace la seña de que me siente. Dudo, pero lo hago. El resto de polis seguían de pie. Saludó a algunos, a otros ni los miró y se encerró en una sala a hablar con quien yo creía hasta ese momento que era el jefe.
21:35 Salieron de la sala. Me miraron de arriba abajo y el ya ex jefe me explicó en inglés que tenía que esperar un rato más, pero que el drone se lo iban a tener que quedar para examinarlo y ver las imágenes. Que a partir de ahí iban a determinar cómo quedaba mi situación y si me devuelven el drone o no. Metí cara de llanto, a ver si alguien aflojaba, y la respuesta del ex jefe y ahora traductor fue: “Son órdenes de arriba, no hay nada que pueda hacer”.
22:15 Me hacen firmar un papel. Me sacan fotos a mí, al Haya ID y a la credencial de prensa. Me dicen que me podía ir, pero el drone se quedaba. Que al otro día me iban a llamar, que si en 24 horas no recibía un llamado que me acerque a la comisaría más cercana con un número. Me lo escribieron en un papel y me lo dieron. Agradecí, volví a pedir disculpas por los problemas ocasionados y me raje. subí al estadio. ¿Qué más podía hacer?
22:22 Entre pasillos y recovecos, llegó a la tribuna de prensa. Pensaba lo peor: que no me devuelvan el drone y que me saquen la acreditación. Intenté relajarme, me armé los mates y vi los tres goles de Inglaterra. Buen partido, pero no lo disfruté. Seguía preocupado y nervioso.
00:14 Paso por el centro de prensa para imprimir las entradas de este lunes: Japón contra Croacia. Era una prueba de fuego, ya que si no me dejaba imprimir significa que me sacaron la acreditación. Pero, las pude tener sin problemas. Era solo el cagazo. Estaba buscando como volverme a casa: si hacerlo con los colectivos que me llevan al Media Center y de ahí agarrar el metro, o directamente ir en los colectivos de los hinchas que te dejaban en la puerta del metro. Atine a buscar la salida del público en general, pero me topé con la de prensa y decidí salir por ahí. Cuando estoy pasando el control, me pone una mano en el pecho un seguridad. Levanto la vista y era el oficial excedido de peso, que me mira a los ojos y me dice: “Nos diste mal tu teléfono”. Le muestro que era ese y sin mirar mi celular ni escuchar la respuesta, me suben de nuevo al carrito de golf y me llevan a la oficina de nuevo.

00:45 Vuelvo a ver al policía que oficia de traductor. Me recibe con una sonrisa, pero me dice que hoy gracias a mí se van a quedar como hasta las 3 de la mañana. Primero me lo tomé en broma porque me lo dijo bien, pero con el correr de las horas me di cuenta que tenía razón.
01:15 Luego de decenas de llamadas y mostrar el material que había sacado, el traductor me dice: “Listo, se terminó”. Le pregunto, con una sonrisa ingenua: “¿Ya puedo guardar el drone en mi mochila?”. “Sí, todo tuyo. Ahora hay que firmar algo y ya te vas”, dijo. Fiesta.
1:45 No aparecía ningún papel. Seguían los llamados. Uno de los oficiales abre una caja y me dice que coma algo: me da un sanguche de pollo, un jugo y un agua. Great. No lo puedo comer, necesito terminar para después disfrutarlo.
2:10 Sigue pasando el tiempo y ya ahí sentado. Nos habíamos puesto a hablar de fútbol, del mundial. El jefe decía que Holanda llegaba a la final. Le ganaba a la Argentina 2 a 1, luego a Brasil 3 a 1 y la final no sabía el resultado, pero creía que era contra Francia. Todo puede ser, pero yo quería salir de ahí lo antes posible.
2:30 Me dicen que me va a llamar el “boss” y que hable tranquilo. Me preguntó si necesitaba algún intérprete en español. Dije que no, quería que se resuelva lo antes posible. Me recomendaron que le explique que en mi país puedo volarlo y que fue un malentendido. Me repito, en inglés, lo que le voy a decir
2:45 Me piden que saque el drone de la mochila y que lo deje arriba de la mesa. Que no iba a hablar con el boss y el drone al final se quedaba para investigar. Que mañana me lo devolvía si estaba todo ok. Que me iban a llamar. Volvimos a probar por qué no me llegaron las llamadas. Uno de los policía me pasó su número de teléfono y lo llame para probar si el número que les había pasado era el mío, y ahí entendimos el problema: mi chip es solo de internet, no puede hacer ni recibir llamadas.
2:50 Me fui de la comisaría con ellos. Apagaron la luz, me dieron dos magdalenas para el camino. Me preguntaron si me quería llevar otro sanguche. Subimos seis en el carro de golf y me dejaron en la puerta del estadio. Estaba todo vacío, ya medio apagado. Intenté tranquilizarme y pensar cómo volverme. Atiné a buscar un Uber, pero antes pregunté por los colectivos de prensa si seguían funcionando. Me dijeron que a las 3 salía el último. Me subí.
3:30 En el viaje, hablé con la empresa de teléfono de Vodafone para cargar minutos. Me confirmaron que no podía cargarle en este chip, que tenía que cambiar de número. ¿Qué carajo iba a hacer? Pensé en el poli que me dio su número, lo agregué con la esperanza de que tenga WhatsApp. Lo guardé como “Policía Catar”. Cerré la app, la volví a abrir y me apareció. Lo festejé.
5:20 Llego a mi cama, luego de dos colectivos y un uber. Le escribo en ingles al policía explicando la situación de Vodafone y me responde:
En ese texto, me dice que me quede tranquilo. Que va a pasar mi WhatsApp a la comisaría y que mañana me lo devuelven. Tiré sticker de Messi, no pico, pero tampoco cayó mal.
10:00 Comencé a escribir lo que me pasó en este newsletter. Ya son las 14:45 horas y aún no tuve noticias. Le mandé un mensaje al poli a ver si había alguna novedad, y aún nada. Esperemos que se resuelva.
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MARTES 06/12
La Justicia catarí analizando mi situación
Ayer intenté, pero no logré avanzar. El drone sigue sin estar en mis manos y mi situación legal está en el Ministerio Público de Catar. Al parecer, ellos determinarán qué sucederá. El Policía me dijo por WhatsApp que me quede tranquilo, que todo se está solucionando y que “es el proceso legal”. Pero, entre nosotros, el domingo me dijeron que ayer me lo iban a devolver que solo “iban a revisar las imágenes” y ahora me dice que lo tiene la justicia. Me suena que se está poniendo jodida la cosa. Más allá de todo, la acreditación de prensa -que es lo más importante- sigue estando activa y ya imprimí las entradas para España contra Marruecos. Después vemos cómo salimos del país, ja.
Entonces, la situación es preocupante en relación al drone y tengo cierto cagazo. Creo que la situación se debería resolver esta semana y espero que entiendan que estoy lejos de ser un terrorista. Aunque si el drone no aparece, me lo pondría a pensar.

La conversación con el policía arrancó: “Pregunté en la comisaría dónde se encuentra el drone, pero están esperando una decisión del Ministerio Público. Cuando tengamos algo nuevo sobre su caso, hablaré contigo. No te preocupes. Los trámites toman tiempo”. Me hago un poquito el enojado y le digo que él me dijo que ayer me lo iban a devolver, y me respondió: “Sí amigo, la decisión no está en mis manos, sino en las autoridades especializadas en lo que respecta a los drones. Quiero ayudarte solo cuando la decisión baje. Hablaré contigo para recibir los drones. Si la decisión estuviera en mis manos, te las hubiera entregado el domingo, pero solo trabajo y sigo las instrucciones”.
Así que bueno, mientras todo esto pasa, y yo intento tranquilizarme, sigo viendo el Mundial de Qatar 2022. Todo este quilombo, en cierta medida, me preocupa un poco, pero bueno. De última, las cárceles cataríes tampoco están tan mal, ¿no?
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Jueves 8/12
Objetivo cumplido: sé dónde está el drone
Primer día libre sin fútbol y me propuse que el drone vuelva a mis manos. Secuestrado por la policía en el Al Bayt el domingo, lo primero que debía hacer era saber dónde estaba. Y debo adelantarles que lo encontré, pero no fue fácil. En el medio caminé varias horas y me intenté colar en el estadio Al Bayt: no pude. Me quedé varado en el desierto un par de minutos antes de que caiga el sol y dos salvadores aparecieron para rescatarme. Ayer la Policía no me trató bien y no hubo comida. Contacté al Consulado y comenzó el trabajo diplomático. Vamos a ver cómo carajo terminar esto, pero, mientras tanto, les cuento mi peor día en Catar.
Las esperanzas no las abandoné y menos ayer a las 8 de la mañana. Las tenía muy arriba. Estaba confiado de que ayer era el día en que cerramos por fin este capítulo. Salí temprano a la oficina de Correo Postales de Doha, pero llegué a las 11:02. Viaje largo. ¿Por qué fue al Oca catarí? Porque en el partido de España Marruecos del martes me habían dicho que ahí podía estar. Y si había una posibilidad yo iba a estar preguntando.

Subí al segundo piso, hice cola (parece que es ley de los correos hacerte esperar). “Objetos perdidos en los estadios”, decía un cartel en inglés. O, al menos, así lo traduje. Me acerco, comento mi situación y el de la recepción busca en listado de elementos perdidos. Había tres gorras, cuatro billeteras, unos airpods, una mochila y no muchas cosas más. En el sistema la tienen catalogado por día de partido, estadio y luego tienen una foto de cada producto. El drone estaba en un estuche, le pregunté qué tenía la mochila o como era la mochila. Hizo dos clicks y me mostró una foto de la mochila, y 16 fotos más de cada uno de los elementos que tenía dentro. No había ningún drone.
Le pedí ayuda y él llamó a la central de policía. Habló y también lo patearon como a mí. Cortó el teléfono, me guiñó un ojo y se me acercó. “Lo que tenés que hacer es ir al estadio de nuevo y exigirles que te devuelvan el drone. Si ellos te prometieron, lo tienen que cumplir. Y si no te dan respuesta, andate a esta comisaría”, dijo, y me escribió ambas direcciones en un pedazo de papel usado. Agradecí y salí a toda máquina. Mientras caminaba, abrí el Google Maps y pongo las dos direcciones: la más cerca, 2 horas y 15. La más lejos, 2:45. Puta madre. Cerré los ojos y arranqué, el objetivo del día lo tenía que cumplir.
Me bajo en la estación que decía el señor Maps. Miro a un lado, desierto. Cuando giro al otro, veo la carpa imponente en medio de la arena. El estadio Al Bayt. Es como una isla de cemento, con algunas manchas de árboles y césped colocados artificialmente. El sol estaba en lo más alto, pero el viento apaciguaba los 30 grados que hacía.
Camino hasta la primera puerta del estadio. Tardé 10 canciones. Le expliqué la situación y el seguridad me hizo dar la vuelta al estadio, pero por fuera. “Tenés que ir a la entrada de media”, me dijo enojado. Tardé 40 minutos más.
Explico lo mismo: el domingo volé el drone, me lo sacaron, dijeron que el lunes me lo devolvía y estamos a miércoles nada. “Vengo a buscar mi dron”, repetía sin titubear. El Policía me da acceso y me manda a hablar con el jefe de la custodia. Repito por tercera vez, agarra el handy, dice dos palabras en árabe. Pasan 5 segundos, le responden tres palabras en árabe y me mira. “Están trabajando en eso, cuando terminan te llaman. Andá tranquilo”, aseguró. Le pregunté si me podía quedar a esperar ahí, me respondió con una cara de “me da igual, haz lo que quieras”. Y se fue. No lo vi más.
Desde las 2 y pico de la tarde hasta las 4 estuve ahí, sentado esperando. La batería del teléfono bajó de 80 a 17 por ciento. Al ver que no había respuesta, ni movimiento, quiero emprender mi ida a la comisaría de Al Khor. Sabía que en 40 minutos se hacía de noche. Busco Uber. Eran 10 minutos en auto o 30 minutos en bus. Elijo la más rápida. Voy a la calle, lo pido y el conductor no podía encontrar mi ubicación. Se perdió en medio de la nada, insólito. Cancelo y pido otro. No había más autos, me empecé a enojar primero y a desesperar después.
Ya eran las 16:20. Busqué otro transporte: el bondi. Miro en el señor Maps y tenía 54 minutos caminando a la vera de la ruta, en medio del desierto, hasta el cruce con otra autopista en donde paraba el 709B, que me llevaba al centro de Khor. De ahí caminar otros 20 minutos hasta la comisaría. ¿Qué más podía hacer? Arranqué a caminar, mientras probaba si el Uber arrancaba.
Tras 10 minutos de caminata, el sol se caía por el horizonte. En minutos iba a ser de noche y seguía caminando por un pedazo de cemento, entre la nada misma. Me empiezo a desesperar un poco por lo que podía pasar, pero busco no darle tanta vuelta y arranco a ser dedo. Vamos a probar a los árabes. Camionetas a puro lujo pasaban y nada. Autos con trabajadores pasaban y tampoco. Nadie se dignaba a tirarme un centro. Los minutos pasaban, seguía caminando. A lo lejos no se veía el cruce con la autopista. Pruebo con un camión que venía. Estiro el brazo con el pulgar arriba y cuando se acerca, intento buscarle la mirada al conductor. Casi es una estrategia de intimidación, pero estaba jugando con fuego. Era una de mis últimas chances para salir de ahí. Hacemos contacto visual. Abre las mano como diciendo: “¿Qué querés que haga?”. El copiloto algo le dicen y detienen su marcha delante de mí. El copiloto abre su puerta y me hace el gesto que suba. Me tuve que trepar al camión de lo alto que era. El copiloto se sentó entre herramientas de trabajo y me dejó su lugar. Le señalé a donde iba, me hizo sonrisas y arrancó el camión. No hablaban inglés y yo no hablaba árabe. Algo dijo el conductor, no entendí qué, pero los tres nos echamos a reír. Pedí foto, me dieron luz verde y gatillé.
Me bajé en el cruce a esperar el colectivo. Esta autopista era más concurrida y volví a hacer la estrategia del dedo, estaba dulce. En menos de 5 minutos, un marroquí que vive hace 20 años en Catar me levantó en su Kía blanco. Lo tenía impecable. Estaba yendo al centro de Khor a sacar plata para su empresa, conversamos unos minutos y me dejó en el acceso a esta ciudad. Decidí volver a intentar en el Uber, quería llegar lo antes posible.
En 5 minutos y tras pagar 9 riales cataríes, el auto me dejó en la puerta de la comisaría. Y de nada había servido toda la travesía si no salía de esa puerta con el drone. Primer objetivo: saber si ahí estaba el drone o si seguía en el estadio. Segundo objetivo: que me lo den. Respiro hondo y entro confiado.
En la recepción nadie hablaba inglés. Tres gritos en árabe y aparece uno del fondo con cara de ojete. Nos separaba un vidrio que habrá quedado de la pandemia. A la izquierda, una sala de espera con dos años. A la derecha, una puerta que daba acceso al resto de las oficinas. Ahí tenía que ir si quería el drone.
Me presento en inglés y nadie entiende lo que pasa, hasta que digo dos palabras: “argentino” y “drone”. Ahí se escuchó un “ahhh”. Aprietan un botón y me hacen pasar por la puerta de la derecha, que detrás de ella había una sala de espera con seis sillas. Me dicen que me siente. No llego a apoyar el culo que me hacen pasar. Pasillo al fondo. Llego a otro descanso que conecta cuatro oficinas. Entro a la última a la derecha, en un despacho viejo, con el televisor prendido con la repetición del partido de Francia y Polonia. Sillones antiguos y gastados. Del otro lado del escritorio, un policía de los que estaban en el estadio. Me dice que lo espere. Le intento sacar tema de conversación y no hay respuesta. Clima tenso.
Imprime dos hojas y dice que me acerque a firmar. Le pregunto qué dice porque están en árabe. Me dice que está todo bien, que firme. Lo hago. Le pido tomar una foto y no me deja. Me vuelvo a sentar y hace una llamada. Sentí que era la llamada a ver si me devolvían o no el drone. Corta. Me dice que tengo que volver en la mañana porque la oficina en donde estaba el drone estaba cerrada con llave y quienes la tenían llegaban temprano. Ahí me pasan dos cosas: la primera, es que sabía a donde estaba el drone. Gol. La segunda, es la duda: ¿se había terminado todo? Le pregunto si solo mañana tenía que venir a buscar el drone y me dice que no, que tenía que hablar con el jefe y ahí veían si me lo daban. ¡La puta madre! Insistí, expuse lo que me pasaba: la preocupación y la importancia de esa herramienta de trabajo. Me responde que no depende de él y le digo que él también me prometió que el lunes me lo iban a dar, y no pasó nada. Parece que le toqué la culpa, porque fue a la oficina de al lado a hablar con su superior.
Tres minutos después, me dice que lo acompañe a la oficina de al lado. Entro. El jefe estaba sentado tirado para atrás. Con teléfono en la mano izquierda, un cigarro prendido que parecía un sahumerio y en la mano derecha una taza pequeña de té. Gritaba dos palabras y tomaba un trago. Dos palabras más y otro. Cortó la comunicación, mi mira con cara de malo y me dice: “¿Qué pasa?”. Le comento de nuevo, ya perdí la cuenta de las veces que lo dije, pero esta vez le agregué la travesía que me tocó hacer: correo, estadio y comisaría. Le recalqué que estuve desde las 8 am dando vueltas y nadie me supo dar una respuesta. “Pero como que nadie te dijo que el drone estaba acá”, respondió. “No, usted es la primera persona que me lo confirma. Nadie me lo pudo decir antes, imagine mi desesperación”, dije. “Esperá afuera que voy a hacer dos llamadas”, gritó y me echó de su despecho.
Miré mi teléfono y tenía un 4 por ciento de batería. Busqué enchufe y tenía uno al lado. Lo puse a cargar y esperé.
Unos 20 minutos después, sale un grito de su despecho: “argentino”, o algo así. Fui confiado, pero me paró el carro: “Mirá, tenés que ver al manager de acá, al boss boss mañana (viernes) en la mañana. Él está solo en la mañana. Lo que te puedo decir es que está acá, pero mañana tenés que llamar y ver qué te dice”. Insistí que me lo devuelva y repitió que no dependía de él. Y ante las negativas, le pregunté: “Pero, ¿cuál es el problema? Si vieron las imágenes sabrán que no hay nada”. Me responde que eso es algo que va a determinar el “boss boss” y que me vaya. Que vuelva o llame mañana. Resignado, sin saber qué carajo hacer vuelvo a la sala de espera a pensar cuál era el mejor plan.
Entre los pensamientos, el prevaleció fue una frase. Dicha en reiteradas ocasiones por mi hermano en mood fiesta: “Soldado que huye sirve para otra guerra”. Pero en este caso, lejos del alcohol y la música, fue el camino que más me cerró. Agarré la mochila y salí, por la misma puerta que entré. Sin el drone, pero con uno de los objetivos cumplidos: saber a dónde está.
Emprendí el regreso cerca de las 18 y llegué a mi casa catarí a las 21:30, listo para hacerme la cena. En esas tres horas y pico, pensé y supe que el mejor camino era solucionarlo por las vías diplomáticas: me contacté con el Consulado Argentino en Catar. Me respondieron al toque, se ofrecieron a acompañarme a la comisaría, pero prefería que ellos sean los que llamen esta mañana, ya que me pone tensa la situación y las conversaciones en inglés por teléfono con policías se me complica muchísimo.
Entonces, estado de situación: sé donde está el drone y seguimos intentando recuperarlo. Seguimos con la estrategia de la insistencia, pero agreguemos la ayuda diplomática que hoy van a llamar. Mañana viernes, acá es día de descanso. Sería como nuestro domingo, así que esperemos tener en las próximas horas una respuesta, sino habrá que esperar hasta el domingo. Perdimos una batalla, pero no la guerra. Seguimos luchando para regresar con el drone y lo vamos a conseguir.
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Viernes 9/12 – La siesta del consulado
Sigue trabado el tema. El Consulado argentino, el cual le tenía mucha fe, no tuvo avances. De hecho, le dieron menos información que a mí. “Me dicen que siguen investigando, qué cuándo haya novedad se contactan con nosotros”, me escribieron. Pregunté qué más podíamos hacer y me pusieron: “¿Hasta cuándo te quedas?”. Les fui sincero: hasta el 19 de diciembre. Y aún sigo esperando una respuesta de ellos. Sí, me clavaron el visto.
Hoy es viernes, día de rezo. Así que todo muere hasta el domingo que es la próxima fecha sin fútbol luego de los cuartos de final. Así que la estrategia sigue, compañeros. El domingo me instalo en la comisaría a buscar respuestas y, por qué no, ya salir con mi drone.
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Sábado 10/12 – Se terminó la joda
Ya es domingo, primer día hábil de la semana en Catar. Tanto en Argentina, España como el resto de países católicos, sería como un lunes. Hoy acá arranca todo. Y si bien parece medio “raro”, tiene cierta lógica: su semana va de domingo a lunes, como lo indica nuestro calendario. Viernes es día de rezo, todo cerrado y el sábado es el día libre en que se suele trabajar media jornada. Entonces, compañeros, hoy volvemos a la batalla. Cuando termine de mandar esta entrega, me iré hasta la comisaría de el Khor, a tres horas y media de casa. Vamos a ver qué pasa. Intentaré hablar con el jefe de jefes, a ver si podemos destrabar la situación. Ya pasó una semana del secuestro y, hasta el viernes, “seguía en investigación por parte de la Fiscalía”.
Mañana tendremos alguna novedad o, al menos, alguna puteada en árabe.
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Lunes 11/12 – La falta de lógica en la burocracia
Escribo esto con pocas ganas. Ya me está quitando la energía el tema del #DroneGate y por momentos siento que lo perdí. El fastidio de no entender, no saber qué hacer, ni como destrabarlo, me está quitando energías y, por momentos, está opacando este fantástico viaje. Pero, empecé a ganar esta batalla. No voy a abandonar la constancia por la que estoy luchando, pero sí voy a cambiar de estrategia. Pero, antes, les cuento qué pasó ayer.
Minutos antes de las 7 de la mañana salí de mi habitación. Me tomé unos mates en el primer colectivo de 20 minutos hasta la estación de Wakra e intenté dormir las otras 3 horas que me quedaban. No pude. Caminé por los mismo pasos que días atrás había estado y me repetí lo mismo cuando llegué a la puerta de la comisaría: de acá me voy con el drone.
Sabía que había que ir ganando lugares dentro de la comisaría. Primero, pasar la recepción. Eso significa que había alguien que estaba trabajando en mi tema. Luego, subir al segundo piso, lugar en donde estaba “el boss boss”. Tercero, hacer dos o tres garabatos y salir caminando con el drone en alto al grito de: “Aguante el Diego la puta madre”. Esa era la estrategia.
Al entrar, veo que es todo muy domingo: poca gente y con movimientos lentos, casi de resaca. Me recibe un poli que me hace pasar la primera puerta y me deja en sala de espera. 15 minutos después, se escucha un grito del fondo de uno de los pasillo, me hago el desentendido porque no sabía si me estaba hablando a mí, pero me viene a buscar. “Vení”, me gritó. Salté de la silla y lo seguí. Estaba encarando para el pasillo y en un momento había dos caminos: seguir al fondo e ir a donde estuvo el miércoles pasado (que no me pudieron resolver nada) o hacer un pequeño giro a la derecha y subir por la escalera. Ahí, estuvo el primer momento de tensión. En ese momento, antes de elegir qué camino agarra, el policía se frenó, giró y me miró. “Dale, más rápido”, me dijo y con la mano me marcó el paso hacia la escalera. Gol.
Ya en le piso de arriba, me hacen sentarme en un sillón a esperar. Para eso, ya eran las 10:15 de la mañana. Los teléfonos suenan y el policía habla en árabe, pero hay dos términos que dice clave: “argentine” y “drone”. Estaban hablando de mí.
Una hora después, seguía todo igual. Lo único que cambió fue el porcentaje de mi batería. Entró por la puerta un mozo con una bandeja: tenía un té y una botella de agua, era para mí. Eso significa que el tiempo de espera recién comenzaba.
Cerca de las 13, el policía me hace señas. Me da el teléfono para hablar con alguien que en inglés me dice: “Aguardá que te transferimos la llamada a un agente que hable en español”. Pensé -muy iluso- que me iba a decir: “No seas boludo, no vueles más el drone y llevatelo”. Pero no fue así. Eran funcionarios de la Embajada Argentina en Catar, en donde la Policía y la Fiscalía les explicó que el drone estaba “ok”, pero para devolvermelo tenía que llevar un permiso de vuelo de la Asociación de Vuelos de Catar. “Va a estar muy complicado que te lo den”, remató el funcionario argentino y le dio una lógica: “Y menos ahora que tenés un delito por el uso indebido drone”. Todo fue desesperación.
Es curioso, porque… ¿para qué quiero un permiso de vuelo si no lo voy a volver a volar? Pero bueno, estoy haciendo las gestiones entre la embajada y este órgano catarí para ver si me dan un permiso de vuelo, con una declaración jurada mía que diga que me comprometo a no volar el drone. Es totalmente contradictorio, pero dentro de la burocracia parece ser algo lógico.
Y dentro de todo este trámite, mi verdadera batalla es no amargarme. Es disfrutar que estoy acá, yendo a cenar a lo de un jeque y disfrutando el último mundial de Messi, que ningún drone vale todo esto. Y si no me lo dan, que se los metan en el ogt. Mientras tanto, voy a seguir batallando y haciendo lo que pueda, sin desviar la batalla más importante de todas: disfrutar esta Copa del Mundo que está siendo una locura.
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Martes 13 – Le solté la mano y ahora juega el Consulado
Dos mensajes me dejó clavado el Consulado. Me levanté y les di tiempo hasta mandar el newsletter de ayer, y no tuve respuesta. Preparé el mate y me fui directamente a la oficina de Aviación Civil a preguntar qué estaba pasando con mi caso. En teoría, el Consulado ya estaba trabajando en eso, pero yo tenía un poco de urgencia por saber más y confirmar cómo estaban los procesos.
Llegué cerca de las 10:30. Saludé, expliqué la situación al seguridad y pensé que me iba a dejar pasar, pero no. Desde la recepción tocó tres botones y me atendió una mujer. Hablaba rápido y le tuve que bajar la marcha para poder entenderla. En 10 minutos de conversación chequeó y me explicó: “Estamos esperando que el Consulado mande un mail formal explicando la situación”. Con esa respuesta, el seguridad muy amablemente me invitó a que me vaya. Cumplí.

Le vuelvo a escribir al consulado con este pedido y la respuesta es tajante: “Te estamos llamando, nos podes atender?” Y, tal como expliqué, mi chip es solo para internet. No me deja hacer o recibir llamadas. Sí, una mierda. Entonces, le escribo si me pueden llamar por WhatsApp y la respuesta es: “No. Llama al consulado y pregunta por Emiliano”. Respondí: “Okey, gracias”. De ahí pasé por dos locales preguntando si me prestaban su teléfono para llamar y, antes las negativas, volitiva a la oficina de aviación a pedirle el teléfono al seguridad poco amable.
“No puedo llamar a teléfonos de afuera, es solo teléfono interno”, me dijo. No le creí, pero tampoco podía hacer nada. Salgo, medio enojado, y entro a un kiosco. Explico la situación y me dijo que “claro” y me tiró el celular. Hable con Emiliano que palabras más o palabras menos me dijo: “Ayudanos a ayudarte y deja de ir a los oficinas. Esto ya lo estamos trabajando nosotros. Hoy el Cónsul fue a ver al Fiscal General por otros temas y le comentó este. Estamos trabajando para tener le permiso y con eso, destrabar la situación. Es más, estamos barajando la posibilidad de que nos den el Drone a nosotros y nosotros te lo damos en el aeropuerto antes de embarcar. Más allá de eso, estamos trabajando, pero no vayas a las oficinas porque alentas todos nuestro trabajo”. No me esperaba esa respuesta, pero yo también di mi punto vista: “Ahora lo entiendo, pero ayer no me dijeron lo mismo. Yo ante la duda me voy a mover y a buscar. Si vos no me decís esto, no pretendas que me quede en la playa relajado. Pero quedemos en algo: yo me paro de mover hasta que vos me digas. Confío en ustedes y en la estrategia que están llevando, y cualquier cosa que necesites avísame y voy a la hora y lugar”. “Perfecto, quedamos así”, cerró y cortó el teléfono.
Estoy en manos del Consulado. Vamos a ver cómo me va.
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Miércoles 14 – El Consulado activó
En medio del asado, el Consulado argentino se contactó conmigo. Eran las 13:30 aproximadamente. Fue via WhastApp y me avisó que hoy entre las 7 y las 11 am tenía que pasar a buscar la “nota de no objeción” emitida por la Aviación Civil. “Con ese papel, es posible que te puedan devolver el drone”, me dijo y me pasó una copia. Ya estoy entregado. Después del partido de ayer, este hermoso aparato pasó a un segundo plano, pero, tuve que madrugar. Porque si bien tengo las prioridades marcadas, el drone no lo voy a abandonar.
En resumen: en un ratito busco este papel y espero instrucciones. Parece que vamos caminando, lento, pero vamos.
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Lunes 19 de diciembre – La otra final: recuperamos el drone
Casi las 21 de la noche en Arabia Saudita. Tenía todo el newsletter armado desde temprano, pero pasaron cosas. En una acción casi heroica, recuperamos el Drone, compañeros. Jugué dos finales en 12 horas y gané las dos. Toda batalla tiene sus consecuencias y les quiero pedir disculpas por la demora de esta entrega. No era la idea que llegue tan tarde la última, pero algunos tiempos no los supe manejar. Las energías que tengo son pocas, pero la felicidad muy grande. Anoche vivimos una noche única: el mejor partido de todos los mundiales y el fútbol ganó. Cerró todo redondo. Llegué al Barwa a las 3 de la mañana, cené, pasé unos minutos por la música del Q6. Junté toda mi ropa, armé la valija y me pedí un Uber derecho a la comisaría para ir a disputar la última batalla: recuperar el bicho. Llegué 6:30 y observé como los distintos funcionarios comenzaban a entrar a sus funciones.
7:01 me llama el capitán para hablar en su oficina y le pregunté si puedo dejar los bolsos en la sala de espera de la comisaría. “Sí, no pasa nada”, respondió y ahí quedaron las dos mochilas y una bolsa de FIFA desbordada. Me senté en su despacho, frente a él. En la televisión estaba reproduciendo el partido de Argentina Francia. Volví a ver los penales, mientras él gritaba en árabe. Vuelvo a ver a Messi con la copa y el capitán me dice que esperar afuera. Cumplo.
Los minutos pasan. Mi vuelo sale a las 13:25, es decir que tenía que estar a las 10:25 en al aeropuerto y tenía una hora de viaje. Eran las 8:30 y aún no tendí respuesta. Me le meto en la oficina yu le digo que tengo solo una hora para recuperar mi Drone. Vuelve a agarrar el teléfono y me manda a sentar a la sala de espera. Cinco minutos después llega un policía que no había visto antes: “Quiero hablar contigo”, arrancó. Me paro y le pregunta: “¿Ya está solucionado el Drone?”. Me dice que no y me repite lo mismo que me dicen hace 15 días: “Están revisando y borrando las imágenes, y cuando lo terminen lo traen para acá. Puede ser hoy o mañana aún no sabemos”. Ahí me puse loco y saqué mi mejor inglés y la volví a decir la importancia de esta herramienta y que eso me vienen diciendo hace 15 días. “Ya lo sé, pero no puedo hacer nada. ¿Hablaste con el consulado?”, me dijo. Ahí me enojé más: “Pero vos no sabes nada mi caso, ¿no? Hace 15 días estamos hablando desde el consulado y siguiendo sus pasos, y no están llegando a ningún lado. Me estas mintiendo, por favor, ayúdame”. “Okey, friend”, y se metió a la oficina del capitán. Estaba todo perdido, no tenía más tiempo.
Sentí que lo iban a devolver, pero que era imposible que sea hoy. Ya pensaba los trámites con el consulado y toda la burocracia que iba a tener que hacer para recuperarlo. Mientras imaginaba los peores desenlaces, el capitán sale de su oficina y pega un grito: “Argentino, venite con todas tus cosas”. Corro con las dos mochilas y la bolsa. “Vamos a hacer esto, este oficial te va a llevar a donde está el drone, vas a firmar y te van a dar el drone, amigo. Está todo casi resuelto”, me dice. Locura. No quise cantar victoria, pero me alegré.
Subimos a la camioneta, anduvimos 40 minutos. Se bajó. Tenía los minutos contado. Tardó otros 20 cuando aparece con 10 papeles y el drone. Me lo da, lo abrazo y me dice: “Falta ir a otra oficina, pero ya casi estamos”. Cumplió con lo dicho: fuimos a otro lugar, firmé dos papeles y me dice: “Eres un hombre libre amigo”. Lo terminé de saludar, Uber y directa al aeropuerto. A las apuradas porque eran las 10:30 y todavía me faltaba 40 minutos más e intentar solucionar la visa de Arabia Saudita para poder la escala en donde estoy.
Fueron las 24 horas más intensas de mi vida, en donde no dormí. Me fui campeón mundial, como corresponde: en modo jeque. Y acá, la foto por la que arrancó todo el quilombo.
