“Si Dios es antiabortero, homofóbico y patrialcal, tal vez el diablo no sea tan malo”, leí en una de las últimas marcha de reivindicación social que fui en Argentina y me quedó la espina: ¿quién es el diablo? Y creo que, en estos días y luego de meses de haber ido a esa manifestación, descubrí su verdadera identidad, en donde estamos inversos en la teoría de la vereda contraría, bailando al compás de un trágico vals.
Los titulares de los diarios afirmaron que un grupo de mujeres en aquella manifestación pintaron las paredes de unas iglesias en la Ciudad de Buenos Aires generando disturbios y tildándola de feminazis. Cargaron durante muchas tapas de diarios y minutos en el aire, una lucha social por los derechos de igualdad en un término, para luego destruirlo. En un término aceptado por la Real Academia Española. Un término que los medios de comunicación se lo decidieron establecer y una etiqueta que se marcó para separar. Un grupo reducido de la sociedad que actúa por cuenta independiente que quiere hacerse oír. Que necesita que la escuchen. Un grupo pareciera que están fuera de la Argentina. Que lo que plantean no es una realidad y que su único objetivo es pintar paredes. Los medios la venden como personas que solo rompen, daña, pintan, ensucian, pero lo que los medios no hacen – y deberían- es ponerle un micrófono.
Aquellos mismo titulares reduccionistas, ahora se jactan de que la sociedad argentina tiene un problema. De que le fútbol está dañado y de que ese hecho es una representación del país. Pero, entonces… ¿cómo discernimos si un grupo de mujeres no es parte de un problema social y sí diez personas que tiran piedra a un colectivo? Pensemos juntos, porque la única respuesta que encuentro es la del juego entre el Dios y el Diablo. Entre el cielo y el infierno. Entre la represión del deseo y el castigo.
¿Por qué si un tipo tira una botella y daña a otra persona, la sociedad tiene un problema y cuándo una mujer pide derechos dicen que está loca? ¿Por qué cuando el fútbol se para durante cuarenta y ocho horas van profesionales a los programas de TV a hablar de la problemática y cuando una mujer muere no va nadie a la TV a hablar y a explicar por qué esa mujer ya no está? ¿Por qué Boca sí puede decidir jugar o no un partido de fútbol y una mujer no puede decidir sobre si quiere o no tener un hijo? ¿Por qué mierda siempre seguimos hablando del fútbol y no ocupamos de establecer las bases mínimas de una sociedad que tienda a ser cada vez más igualitaria?
Bajo este camino de preguntas logré comprender que el sistema está creando a dioses y diablos, situados en veredas opuestas, que nos hacer caminar por el medio de la calle. Vamos de cera a cera, buscando seguridad y caminando la vida, con el peligro de ser arrollado. Porque si Dios es el Gobierno, que es el único que nos debería dar derechos en esta democracia y nos lo sacan, y si tal vez el Diablo sean los medios de comunicación, nosotros estaríamos en el medio de ellos bailando un vals trágico. E imagino que al final de la calle, se cruzaran de vereda y abrazaran como grandes amigos, luego de haber cumplido su único objetivo: divertirse. Tal vez la única solución que tenemos ahora sea hacerle caso a Edgar Allan Poe: “A la muerte se la toma de frente con valor y después se le invita una copa”.