Se transformó. Cuando llegamos el 18 de noviembre, sus calles estaban vacías, sus comercios sin abrir y habitaciones sin terminar. Estábamos encerrados, sin nada cerca. Todo estaba dentro unos paredones de 2 metros de altura, que abraza a todo el Barwa Al Janoub. Desde el aire, era un conjunto de monoblocks en medio del desierto. Nadie entendía a dónde habíamos llegado, solo sabíamos que estábamos en Doha, en el alojamiento más barato del Mundial de Qatar 2022.
Pero este inhóspito lugar, que queda a un colectivo y un metro del centro, se convirtió en una gran casa en la que conviven hinchas, historias, trabajadores y muchas ilusiones. Algunos de los sueños ya se esfumaron, otros seguimos haciendo fuerza. Como los desconocidos cuando se empiezan a hacer amigos, los vecinos comenzaron a hacer grupo, entre la necesidad y el deseo compartido. Se empezaron a formar manadas de hinchas para recorrer los distintos puntos turísticos, pero también para ayudarse entre sí.
De un día al otro, comenzaron a abrir los restaurantes, más comercios, cafés. De a poco, el Barwa comenzó a ganarle al silencio de la noche, y comenzaron los primeros asados y juntadas masivas. Al principio con mate, luego con alguna botella de alcohol que gambeteó el aeropuerto, y luego asados multitudinarios, financiados por programas de TV que querían entender esta locura.
Los días avanzaban y los fenómenos empezaban a aparecer. Un argentino similar a Freddie Mercury comenzó a ganarse los primeros flashes, luego el Mati Tecla, un artista que conquistó las noches del Barwa y comenzó a jugar en las grandes ligas: estuvo en la concentración de la Selección y tocó en bares de los hoteles más exclusivos del pleno centro de Doha.
Cada vez más argentinos comenzaban a llegar el Barwa. Además, había banderas saudíes, francesas y brasileras le daban más colores a los edificios hechos en simetría de color blanco y un tono de azul oscuro.
Frente a las necesidades, nacieron soluciones. El pelo empezó a crecer y aparecieron los peluqueros. Si bien hay una estética adentro del Barwa, el dinero circuló entre manos argentinas. “Un corte 10 rials catarí, dos a 15”, hicieron circular el mensaje y publicaron la foto:
Luego, llegaba la hora de tener reuniones y poder trabajar. Y las habitaciones no tienen ni escritorio ni silla. Solo cama, el baño completo y un pequeño armario. Entonces, había que ingeniárselas. Se sentó en el tacho de basura de la cocina y utilizó la tabla de planchar como escritorio. Tema resuelto.
Otros buscaban diversión en sus ratos libres. Entonces, la encontraron: voltearon uno de los armarios, le pusieron una red, dos paletas e hicieron una mesa de ping pong.
Las habitaciones son para dos personas y por cada piso hay una cocina que tiene: heladera, microondas, pava eléctrica y plancha. No tiene horno ni hornalla. Entonces, comenzaron las excusas perfectas para empezar a hacer asados masivos.
Fueron momentos de superar las limitaciones que el Barwa proponía. Pero las soluciones siempre fueron colectivas y eso es lo que le da cierta mística. Y, quienes deben abandonar el barco y volver a sus rutinas, dejan su mercadería y ponen el punto estratégico: ”Dejamos en el Pantry de planta baja del M4V04 esta yerba que seguro a algún vecino del barwargento le va a venir bien”.
Al final, esta cárcel se convirtió en un ejemplo de solidaridad y unión. De enfrentarse a la adversidad porque por más que no parezca, es duro estar lejos de casa y de las comodidades. Pero acá, toda dificulta plantea un reto y todo reto se resuelven en comunidad. Como las buenas cosas y los buenos vinos, se disfrutan siempre mejor en compañía.