Este es un diario de viaje que se fue escribiendo durante los 33 días que duró mi experiencia mundialista, que recoge la historia de Rusia, la vida en sí y la noticia de la Copa del Mundo
Día 32: San Petersburgo
La tecnología ha logrado encontrarle un lugar a casi todo. El marketing intenta obligar a las personas a que tengan que darle un lugar a todo. Y la publicidad abre el juego para que sientas que estás decidiendo. Un porta celular, con forma de mano para dejarlo apoyado; un reloj despertador con miles de funciones, donde los números son el privilegio de quienes tienen buena vista; o un estante de calzados para colocar dentro del armario, que construye un laberinto para encontrar un par de pantuflas, son acaso un par de ejemplos.
También, la tecnología ha llevado a cabo el estudio para que podamos depositar nuestro sentimiento ante un psicólogo a cambio de una prestación económica, o ha creado ciento de píldoras para apaciguar un dolor creado por las farmacéuticas. Para cada dolor, una pastilla.
Pero, entrando en esta dinámica, le está faltando un lugar importantísimo: “¿A dónde depositamos las ilusiones muertas?”.
Tal vez, Sabina nos cante que en el “Boulevard de los Sueños Rotos”, pero no me la creo. Necesito desechar, para volver a construir.
Hoy se juega la Final del Mundo en donde la Selección Argentina no participará. Sus jugadores están cada uno enfocado en su club y el director técnico sigue entre idas y vueltas, pero su ayudante ya asumió en Defensa y Justicia. Los argentinos, abandonados por Rusia, caminan las calles de San Petersburgo con la celeste y blanca, viviendo desde afuera lo que vinimos a sentir desde adentro.
El resabio de la derrota ante Francia, las grandes individuales del equipo y el viaje largo a Rusia, ha hecho que la ilusión que arrastramos mundial a mundial, explote con la eliminación y se haga insoportable. Pero hay que soltar.
En estas líneas que escribo, quiero expresar mi necesidad de arrojar la ilusión de la tercera estrella a algún lado. Le estoy escribiendo al marketing, a la publicidad y al sistema en sí. Necesitamos arrojar esas ganas de levantar la copa en un corto tiempo para que nos enfoquemos en la construcción de un proyecto. Un proyecto en común, que articule inferiores y primera. Que tenga un técnico fijo, al igual que una dirigencia, y que un resultado o una oleada de tweet’s no saque o ponga nuevos puestos de trabajo.
Que el fútbol argentino vuelva a ser aquel inentendible para los europeos, que los jugadores tengan el sentido de pertenencia y se vuelvan a los potreros. Busquemos tener a los pelusas que juegan por el piso porque su tobillo es más rápido y efectivo que cualquier pelotazo. Que tener jugadores bajos no sea un problema, sino una característica de nuestro juego.
Volvamos a las raíces, de donde venimos, en donde nos sentimos cómodos y en donde podemos sacar diferencia. Volvamos a ser locales con nuestro juego, pero antes, señor marketing, necesito una pastilla para no soñar o un tacho para arrojar las ilusiones perdidas o un psicologo que me ayude a soltar. No sé qué tenes para ofrecerme, pero dámelo ahora y déjame imaginar el regreso del fútbol argentino.