Dave Liebman y Marc Copland realizaron el pasado sábado 10 de noviembre una Masterclass en torno al festival de Jazz de Barcelona, donde un chico de Deliveroo se llevó el mejor pedido del día


Deliveroo cayó justo a tiempo. Llegó dos minutos antes de que Dave Liebman y Marc Copland comiencen con la Masterclass. Las cuarenta personas ya habían recibido a los protagonistas y el joven bajó las escaleras del conservatorio con su mochila grande y aparentemente vacía. Al principio no se sabía si quería buscar algo o dejar un pedido. Pero se sentó en una butaca. Hasta ese momento no sabía qué haría ahí. Lo seguí.

Me quedé cerca de él mientras el piano y el saxo empezaron a acariciar los oídos. Terminaron. Arrancó el ida y vuelta entre el público y Liebman principalmente, a quien le dirigieron todas las preguntas. El joven de Deliveroo seguía sentado, concentrado, con su mochila en la butaca siguiente. Tenía la mano en el mentón, anteojos aún encima de su cabeza y ojos entre cerrados, como si buscara la fórmula de la felicidad dentro de los ojos de saxofonista. Aplaudía, se reía y volvía a esa posición casi estatua.

Los aplausos masivos coparon el conservatorio, marcaron la despedida luego de una hora y media de Masterclass. El chico, de unos treinta años, se paró para agradecerles y los vio marcharse como lo hace el otoño cuando se va el verano. Cogió su mochila y se fue por las mismas escaleras que entró. Tal vez pensando si su bicicleta estaría en el mismo lugar donde la dejó, o si alguien se la estaría custodiando, pero no le di mucho tiempo para seguir analizándolo: pisó el cuarto escalón y lo crucé de una forma brusca con una pregunta entre una sonrisa y un tono serio: “¿Quien había hecho un pedido al Conservatorio de Liceu?”. Él respondió sin vacilar: “Lo utilicé por primera vez como cliente”.