Este es un diario de viaje que se fue escribiendo durante los 33 días que duró mi experiencia mundialista, que recoge la historia de Rusia, la vida en sí y la noticia de la Copa del Mundo


Día 22: De Moscú a Kiev (Ucrania)

Llega la hora del almuerzo. La madre sirve la poca comida que hay y se va a recostar, dice que le duele la panza, pero en realidad le duele el alma porque no alcanza para todos. Cierra los ojos para que el tiempo pase y el hambre no se note.

Ese niño que comió, inocente de aquella situación, creció y entendió. Comprendió que aquel acto de supervivencia sincero, era el acto de amor más valioso.

Se construyó desde el barro de la villa y tocó el cielo por lo que consiguió con su trabajo: ser el mejor del mundo.

Se lo critica por la dimensión que le da en la televisión a un negro de una villa y se le pega porque sigue siendo el pendejo que intentan callar, pero no pudieron.

Dios para muchos napolitanos, fue el primero que denunció la corrupción en el fútbol y le cortaron las piernas en 1994.

Cayó en las drogas como muchos de nuestros hermanos, hijos, amigos o padres, y salió. Pero nos seguimos agarrando a eso, a los pecados que cometió el humano Diego Maradona.

“Es el más humano de los dioses”, lo definió Eduardo Galeano marcando la adición por la exitoína, una droga más adictiva que cualquier otra.

Hoy, un día donde el foco de las noticias no tiene a Maradona en agenda por los pecados de un mortal, quiero recordar su inicio. No sus logros, sino aquellos que cuenta con emoción cuando habla de Doña Tota, su madre. Aquellos donde sobraban platos y faltaba comida. Aquellas historias de los pibes de nuestros barrios y villas que viven lo mismo. La historia de Maradona se hizo conocida, la del resto no.

A veces, el fútbol nos ayuda a entender un poco lo que pasa lejos de nuestro círculo.

Me despedí con una Moscú lluviosa y no me quiero imaginar lo que sucede cuando diluvia y una persona que no tiene un techo seguro o un baño de agua caliente. O en Argentina, con esos fríos y nevadas en la cordillera, ¿se imaginan los pibes que no tienen ni abrigo?